La transición energética mal planificada convierte la estabilidad de las redes en un experimento ideológico de alto riesgo
El apagón masivo del 28 de abril de 2025 en España y Portugal ha sido mucho más que un accidente técnico: ha sido la señal de alarma que desmonta el relato complaciente de la transición energética eco- o climasocialista “verde”. La brutal desconexión de la red, tras una fuerte oscilación de potencia, ha puesto en evidencia que un sistema basado en energías intermitentes, sin respaldo suficiente y sin almacenamiento real, es un sistema condenado al colapso.
España lleva años presentándose como modelo de virtudes climáticas, incrementando la generación renovable sin preguntarse si la infraestructura puede soportarlo. Hoy cosechamos las consecuencias: redes débiles, dependencia de fenómenos meteorológicos, incapacidad de respuesta ante oscilaciones súbitas y vulnerabilidad ante crisis sistémicas.
El mantra de la descarbonización absoluta ha mutado en un dogma político que desprecia los fundamentos técnicos de la ingeniería eléctrica. Bajo esta lógica fanática, hemos sacrificado centrales térmicas, hemos cerrado capacidad firme, y hemos relegado la energía nuclear —única fuente capaz de proporcionar generación estable y sin emisiones— a un segundo plano por prejuicios ideológicos. ¿Resultado? Apagones, incertidumbre y ciudadanos rehenes de una política energética irresponsable.
Es hora de decirlo sin complejos: sin energía nuclear, no habrá transición energética segura ni sostenible. El sistema necesita generación continua, necesita capacidad de respuesta inmediata, y necesita estabilidad de frecuencia y tensión que hoy las renovables, por sí solas, no pueden garantizar. Quienes siguen prometiendo un futuro 100% renovable sin reconocer esta realidad o mienten o son peligrosamente ignorantes.
La crisis del 28 de abril no debe verse como un fallo aislado, sino como la advertencia de un modelo insostenible. O se rectifique ahora, apostando por un mix energético serio donde la nuclear recupere el lugar que nunca debió perder, o se condena a vivir en un estado de emergencia energética permanente, entregados a las oscilaciones de viento, sol… y de nuestros propios errores ideológicos.





